domingo, 20 de junio de 2010

El día que para el zar Nicolás I la ciencia fue subversiva

Una de las características más distintivas, algo así como el ingrediente infaltable de los regímenes autoritarios o totalitarios, de las dictaduras, es la persecución obsesiva y a veces implacable de todo aquello y todos aquellos que representan objetiva o subjetivamente una amenaza para la supervivencia y la continuidad del régimen. En ese sentido, primeros en la fila de la censura suelen estar los medios de expresión o de comunicación, el arte, la literatura, en fin, todo lo que puede crear masa crítica en contra de aquella supervivencia. Generalmente los argumentos de esa censura suelen alcanzar extremos absurdos, o que directamente rayan en la estupidez, todo fruto del embrutecimiento paranoico en que suele caer. Las tres décadas del reinado del zar Nicolás I (1825-1855) se destacaron justamente por esa clase de cosas.

El zar y su corte vivían atemorizados por una abortada sublevación de los llamados decembristas, por la cual veían la "amenaza roja" a la vuelta de la esquina, cuando Nicolás I estaba "abocado" a la tarea de convertir al imperio en un gigantesco cuartel. Los brotes de liberalismo dentro y fuera del país eran combatidos por las buenas o por las malas. Rusia asumió en esos años el papel de gendarme de Europa. El zar intervino en Francia, en Italia y en Austria para sostener los respectivos tronos y envió tropas para combatir la revolución húngara.

Las nacionalidades prisioneras del imperio -polacos, caucasianos, judíos y letonios-, eran oprimidas. Un estado policial, más un ejército de burócratas corruptos, retratados fielmente por ejemplo por Gogol en su obra escrita, eran la base de sustentacion principal del régimen imperante. La doctrina oficial declaraba como pilares del estado la autocracia, la religión ortodoxa, la superioridad de la nobleza, la obediencia incondicional de las clases inferiores y el modo de vida patriarcal.

El atraso, la ignorancia y la inercia eran consideradas las virtudes nacionales y eran sostenidas, para variar, mediante el militarismo y un gran control centralizado. Así las cosas, los espías y la policía secreta estaban a la caza de "ideas subversivas" y "tendencias antirusas". El gobernante ruso y sus consejeros temían y odiaban al mismo tiempo el "veneno revolucionario" venido supuestamente de afuera, de Occidente. Los censores, amparados en el argumento de que había que luchar contra "la peligrosa infiltración de la impiedad y de la rebeldía" analizaban novelas, poemas, pinturas, libros de texto y partituras de ópera. Alguien que vivía en esa época los comparó con "una jauría de sabuesos sanguinarios lanzados sobre la literatura rusa".

Y las ciencias físicas no escaparon a esta persecución y a esta paranoia. En un libro de texto sobre el tema la expresión "fuerzas de la naturaleza" fue prohibida y censurada por atea. En un libro de cocina se eliminó la línea que decía "el aire libre es necesario para la masa". Un poema, en el que su autor escribía que quería a su amada "por sobre todo en el mundo" fue seriamente advertido por la censura, afirmando que "Ningún ciudadano que se mantenga dentro de la ley debe poner nada por encima de Dios y el Emperador".

A un etnógrafo no se le permitió publicar que en el extremo norte de Rusia los trineos eran arrastrados por trineos porque tal hecho no tenía confirmación del Departamento de Policía.
Y para rematarla, un censor "muy cauto", yendo en un sentido contrario al caso anterior, prohibió un libro por veraz, por describir algunas prácticas administrativas imperfectas, "El verdadero peligro del libro reside en su verdad", argumentó.

Y la educación no la pasó mejor. El zar consideraba que las universidades eran focos de ideas liberales y que los estudiantes y profesores eran revolucionarios en potencia. Se criticaban "los malos efectos del aprendizaje sobre los hijos de los campesinos y de los siervos". Pasados los movimientos revolucionarios de 1848 en Europa, fueron suspendias las misiones que iban a estudiar al exterior; las cátedras de filosofía y de derecho constitucional de Occidente. La enseñanza de asuntos dudosos como la psicología y la lógica fueron puestos en manos de teólogos. Las ciencias naturales fueron acusadas de ser una "fuente de ateísmo" y las ciencias sociales fueron desvalorizadas totalmente por "diseminar el contagio del radicalismo".

No se puede cerrar este artículo sin dejar en claro que cualquier parecido con situaciones similares en otras épocas y otros lugares casi es regla y no casualidad. De hecho, cosas iguales o peores sucedieron antes y después del reinado de Nicolás I, en esas mismas tierras y en otras lejanas -Argentina triste y trágicamente incluida-, importando menos el absurdo de los argumentos de la censura que las vidas perdidas por las acciones llevadas adelante en nombre de esos estúpidos razonamientos.



Fuente consultada:
La literatura rusa (An Outline of Russian Literature), por Marc Slonim, Fondo de Cultura Económica, 1962.

Imagen:
Nicolás I (1796-1855), zar de todas las rusias. Crédito; Wikimedia Commons.

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